> Vida sana y creativa: Ramiro Calle: Historias espirituales de la India (III)

lunes, 13 de junio de 2016

Ramiro Calle: Historias espirituales de la India (III)

Seguimos disfrutando de las historias que selecciona Ramiro Calle en el volumen "Historias espirituales de la India", en esta ocasión, las historias de un tigre criado entre ovejas, la de un yogui errante y una de un falso gurú.

Ilustración de Carmen Peralto para "El tigre que balaba", de Ramiro Calle..
El tigre y las ovejas en medio de las cordilleras aravalli (ilustración: C. Peralto).

El tigre que balaba

Al atacar un rebaño, una tigresa preñada dio a luz y luego murió. El tigre creció entre las ovejas, y se comportaba como tal y se tenía a sí mismo por una oveja. Era sumamente apacible, balaba, pacía e ignoraba por completo su verdadera naturaleza. Pero un día llegó un tigre hasta el rebaño y lo atacó. Cuál no sería su sorpresa al ver a un tigre que se comportaba como una oveja. "Oye —le dijo—, tú eres un tigre". Pero el tigre no hizo ningún caso y baló asustado. Entonces el tigre condujo al tigre-oveja ante un lago y le mostró su propia imagen. Pero él seguía creyéndose una oveja, hasta tal punto que cuando el otro tigre le dio un pedazo de carne cruda, no quería probarla. Pero por fin se decidió a hacerlo y la carne cruda desató sus genuinos instintos y reconoció su propia naturaleza.

Como el tigre-oveja es el hombre ordinario. Su naturaleza original, su estado auténtico, su Sí-mismo es fuerte y vigoroso, soberano, pero por ignorancia y deformaciones y contaminaciones de todo tipo, se siente esclavo y lleno de limitaciones. La naturaleza original es el Sí-mismo; la apariencia es el ego. Identificado con su "ego", por decirlo así, el tigre no reconocía su estado original y se creía oveja. Tan identificado está el hombre con la burda máscara de su personalidad y con sus procesos psicofísicos que ha olvidado su estado original.


Un yogui en el camino

Se trataba de un gran yogui, un sadhu errante que había hecho de su vida una búsqueda de la más alta sabiduría. Se sentó a la orilla del camino y entró en samadhi, deleitando así el néctar de su propio ser.

Entonces pasó por el lugar un ladrón y al verlo dedujo: "Este hombre es sin duda un ladrón que tras haber pasado la noche robando, agotado, se ha quedado ahora dormido. No vaya a ser que venga la policía y al atraparle a él me atrapé también a mí". Y el ladrón huyó presto.

No mucho después, pasó un borracho y pensó al ver al hombre: "Éste está como una cuba. Ha bebido tanto que se ha caído al borde del camino y no puede ni moverse". Y, tambaleándose, el borracho se alejó.

Llegó por último un verdadero buscador, también él yogui, y al ver al gran yogui en samadhi, rápidamente supo que se trataba de un alma noble abismado en éxtasis. Se sentó a su lado, se inclinó y besó sus pies.

Así el sabio reconoce al sabio. Así también cada hombre proyecta sobre los otros lo que es él mismo, aquellos defectos que tanto censura en los demás y con los que tan indulgente es para sí mismo. Ve la verdad quien tiene una mente aplicada a la verdad; encuentra la sinceridad quien la lleva en su corazón.


El maestro ladino

Los falsos gurús (y cada día proliferan en mayor grado en India y fuera de India) siempre encuentran el argumento para pretextar sus actuaciones. Si tratan brusca o groseramente al discípulo, alegan que lo hacen para matar su ego. Si se comportan con conducta desigual, alegan que están poniendo a prueba la confianza del discípulo en el maestro. Siempre hay pretextos, sobre todo para los hábiles en la dialéctica. A continuación relatamos un cuento que pone de manifiesto las argucias de un ladino maestro.

Llovía torrencialmente. Un discípulo aventajado corría para protegerse de la lluvia, cuando le vió su maestro le increpó:
—Pero, ¿cómo osas huir de la generosidad del Divino, del líquido celestial? Eres un aspirante espiritual y como tal deberías tener muy en cuenta que la lluvia es un obsequio divino para toda la humanidad.
El discípulo se sentía avergonzado. Pausó la marcha y, lentamente, calándose, se fue a su casa. La lluvia le valió un buen catarro.

Pasaron los días. El discípulo estaba meditando en el porche de su casa y de repente vio que su maestro corría por la calle bajo la lluvia, sin duda para protegerse de ella.
—Maestro, ¿por qué huyes de las bendiciones divinas? ¿No eres tú ahora el que desprecias el obsequio divino? ¿Acaso no estás huyendo del agua celestial?
Y el ladino maestro repuso:
—¡Insensato! ¿No tienes ojos para ver que lo que no quiero es profanarla con mis pies?