CANCIÓN DE LIBERTY STREET
Tengo una bolsita de dólares rasgados
en tiras exactas
y milimétricas.
Las dan como recuerdo.
Teníamos la cita a las nueve y media.
Fuimos pasando por salas numismáticas,
viendo la colección de todo el mundo.
Éramos un grupo pequeño: japoneses y
alguna pareja americana.
La encargada de guiarnos sabía portugués
y de vez en cuando, nos traducía algo
rudimentariamente.
No hacía falta.
El oro es oro, la cámara acorazada,
los lingotes apilados.
Máxima seguridad.
Bruce Willis defendiendo sus fondos
en Die Hard with a Vengeance.
Otro policía, éste de verdad,
nos canta a modo de despedida
desde la escalera de entrada
la única canción que se sabe en español:
Bésame mucho.
Y frente a él,
sus compañeros, vigilan acorazados
el vacío de la Zona Cero.
LÍNEA Q
Por la tarde, subimos por la séptima
hasta la 57. Broadway Express.
La estación te empapa de sudor
pero el andén está vacío.
Nos sentamos en el único banco: de madera.
Parece de la época del Far West
aún se mantiene en pie.
Pasa el N, el R, el W.
Por fin llega nuestro Q.
Hay sitio de sobra, no es hora punta.
Van subiendo y bajando neoyorkinos
de todos los colores de la tierra.
Las mujeres de NY llevan perfecta la manicura.
Salimos a la luz cruzando el East River
dentro del puente de Manhattan.
Abajo el agua y al lado el mítico puente
de Brooklyn.
Me da tiempo de aburrirme.
Pasamos por los barrios obreros,
por el patio trasero de la ciudad (todas
las casas que veo tienen patio y jardín
con vistas a la vía).
Algunas me recuerdan los tejados de Amityville,
Aquí vive el horror.
Pero muchas calles se ven limpias, amplias,
casas bonitas, coches aparcados en la puerta,
clase media del barrio.
Pasamos la zona rusa, Brighton Beach,
y ya por fin vemos el mar.
Metro de Nueva York (foto: C. Peralto). |
PASEO JUNTO AL ATLÁNTICO
En Coney Island se prohibe el baño
en las horas en que el socorrista
está off duty.
Las corrientes —te dicen—, las mareas,
son muy fuertes allí.
A mí me parece una playa estupenda,
increíble en pleno Nueva York.
La arena es más limpia,
el paseo marítimo es más amplio,
y el mar es más abierto a todos los horizontes.
Los edificios me recuerdan los bloques
de San Andrés o Parque del Sur,
altos, concentrados y atiborrados de ventanas.
Pero la línea del cielo no tiene fin
y el aire te deja respirar.
A la izquierda: Puente de Verrazano desde la noria Wonder Wheel. A la derecha: playa de Coney Island. |