Si conseguimos mirar el mundo a través de unos ojos que no se quejan, que valoran lo que poseen por encima de lo que no poseen, empezaremos a sentir en consonancia. Nuestro interior se apaciguará, dejaremos de exigirnos a nosotros mismos y al mundo, y cada vez experimentaremos más momentos de felicidad.
Ilustración: Nicolas Gouny. |
Concluimos con esta entrada, la serie de entregas-resumen, sobre el libro de Rafael Santandreu "El arte de no amargarse la vida". En esta ocasión, los textos van acompañados por las ilustraciones de Nicolas Gouny (gracias Nicolas, merci, por darme permiso para su uso.)
La eficacia y el orgullo de la falibilidad
Algo de eficiencia es interesante, pero demasiada es agotadora y demencial. Lo que más interesa para mantener la salud emocional es bajar inmediatamente el ritmo de esas exigencias, aprender a aceptarnos con nuestras limitaciones. Me acepto con mis fallos y limitaciones y, lo que es mejor, entiendo que esta aceptación me hace ser mejor persona porque le quito exigencias a la vida y mi ejemplo sirve para pacificar el mundo. Lo normal es hacer algunas cosas bien y otras no y divertirnos en el proceso. Muchas veces fallamos y no pasa nada.
Tolerancia a la frustración
La tolerancia a la frustración nos permite disfrutar más de la vida, ya que no perdemos el tiempo amargándonos por las cosas que no funcionan. Hay que aceptar que en la vida hay miles de pequeñas adversidades ¿y qué? Si las aceptamos e, incluso, les hacemos un rincón en nuestra mente, no nos preocuparemos demasiado por ellas, lo cual hará que seamos más capaces de enfrentarnos a la vida. La mayoría de las veces se trata sólo de pequeñas incomodidades sin trascendencia. En realidad, ¡seguimos teniendo todo lo necesario para la felicidad! Mucho cuidado con las quejas cotidianas porque tienden a convertirse en hábito. El proceso de cambio consiste en: aceptar las adversidades, darse cuenta de que no son relevantes para la felicidad y focalizar la atención en las maravillas que aún tenemos a nuestro alcance.
Liberarse de las obligaciones
Es muy común sufrir, durante años, ciertas penosas obligaciones que nos imponemos nosotros mismos, generalmente porque pensamos que "debemos" hacerlo o también por temor al juicio de los demás. Desde mi punto de vista, prácticamente no existen obligaciones.
Lo cierto es que no tenemos por qué complacer a los demás como ellos desearían ser complacidos. Nuestros familiares y amigos no necesitan ser complacidos para llevar unas vidas felices. Por eso, no tienen por qué enfadarse. Y si lo hacen, es su problema.
Nadie puede hacer feliz a nadie. La felicidad es un estado mental en el que sólo uno mismo puede entrar y que no depende de tener más o menos problemas.
Ahondar en la despreocupación: la salud
Los seres humanos tendemos a imaginar situaciones ideales (que sólo existen en nuestra mente) y luego nos enfadamos o entristecemos si no se cumplen. Esa falta de aceptación de la realidad es la base de la infelicidad.
Una de las realidades que nos negamos a aceptar con mayor frecuencia es la enfermedad. La salud no es tan importante como creemos por varias razones:
- Para no terribilizar sobre la enfermedad y obsesionarse con la salud.
- Para afrontar la enfermedad con optimismo cunado nos toque.
- Para reajustar nuestro sistema de valores general.
La salud no es esencial para la felicidad: lo más importante es la propia felicidad. Dicho de otra forma, no nos preocupemos tanto de la salud y más de disfrutar de la vida. La salud, en tanto que nos posibilita hacer más cosas significativas y divertirnos más, es interesante, pero por sí misma no es prácticamente nada.
La enfermedad, el dolor y la muerte forman parte de la vida y no tienen por qué ser entendidos como desgracias inútiles que truncan la felicidad de las personas. Más bien se trata de procesos naturales, realmente inconvenientes, pero que aún dejan mucho espacio para la alegría, el amor y la fraternidad, como demuestran las hermosas experiencias de tanta gente. Podemos ser razonablemente felices estando enfermos. ¿Acaso el hecho de deprimirse o lamentarse continuamente va a ayudar a curarnos?
Gran parte de la emociones negativas arrolladoras que sentimos cuando estamos enfermos (o ante la posibilidad de estar muy enfermos) proceden de la estúpida creencia mágica de que: "debo vivir muchos años". Aunque sea absurda, la sostenemos en el fondo de nuestra mente y es la responsable del miedo a la enfermedad o la muerte. Muchas veces añadimos sufrimiento al dolor cuando nos lamentamos por estar enfermos. El malestar psicológico amplifica entonces el dolor hasta hacerlo casi insoportable. Si aprendemos a atajar la parte emocional del dolor, éste se puede reducir en un 90%.
Cualquier tiempo pasado no fue mejor, eso es sólo una ficción. Nuestro presente ya basta para disfrutar plenamente de la vida, y el futuro podría ser tan bueno o mejor si nos amueblamos bien la mente, si dejamos de quejarnos y nos ponemos a valorar positivamente lo que poseemos. La fuente de la felicidad se halla dentro de nosotros, en nuestra mente, y podemos acceder a ella siempre que lo deseemos. Para sentirnos bien, tenemos que fijarnos en lo que poseemos y no en lo que nos falta.
Acabar con todos los miedos
No hay que tenerle miedo a nada, por, al menos, dos razones:
- En un mundo impermanente como el nuestro, en el que todos moriremos pronto, nada es realmente dramático.
- Necesitamos muy poco para estar bien, así que prácticamente cualquier pérdida no tiene por qué afectar a nuestra felicidad.
Si crees profundamente en ello, si te convences de estos argumentos (u otros), tus miedos van perdiendo fuerza hasta desaparecer.
Yo creo que todos los seres humanos tienen el mismo valor. Son igualmente bellos y magníficos. Todos tenemos nuestra gran capacidad de amar, que, como potencialidad, siempre está ahí. El problema de la autoestima se resuelve dejando de valorar a los demás (y a nosotros mismos) según criterios distintos a nuestra capacidad de amar.
Liberarse de una autoestima basada en logros o capacidades es un gran descanso. Uno ya no tiene que demostrar nada a nadie. Uno puede mostrarse con todos sus fallos y estar orgullosos de uno mismo. Es más, esa aceptación incondicional de uno mismo y de los demás pasa a ser nuestra principal cualidad, nuestra principal fuerza.
Nuestra visión de la persona "mala" es que está más bien enferma, pero podría sanar. Intrínsecamente, todo el mundo es potencialmente bueno. Por otro lado, todos fuimos niños encantadores en algún momento de nuestra vida. Y todos tenemos esa semilla de la bondad en nuestro interior.
En psicología cognitiva aconsejamos a nuestros pacientes que cuando se topen con alguien que se comporta de forma inadecuada piensen que se debe al desconocimiento, a la ignorancia, a una enfermedad emocional que le lleva a comportarse así, pero que en su interior esa persona tiene la potencialidad de ser una persona muy generosa y valiosa.
Ya hemos visto las bases teóricas y el método para desarrollar fortaleza emocional: tenemos que cambiar nuestro diálogo interno, transformar cada una de nuestras creencias irracionales de forma que, a partir de ahora, nos neguemos a terribilizar.
Si conseguimos mirar el mundo a través de unos ojos que no se quejan, que valoran lo que poseen por encima de lo que no poseen, empezaremos a sentir en consonancia. Nuestro interior se apaciguará, dejaremos de exigirnos a nosotros mismos y al mundo, y cada vez experimentaremos más momentos de felicidad.
No es difícil conseguirlo. Se trata de practicar, ensayar y volver a practicar. En una palabra: de perseverar.
Otro de los puntos importantes de la terapia cognitiva expuesta aquí es que la persona tiene que saber que va a tener recaídas. Las recaídas son periodos de vuelta a la depresión, a la ansiedad o a la obsesión después de semanas o meses de mejora continuada. Las recaídas forman parte del proceso. Además, suele suceder que después de una recaída, viene una mejora más pronunciada.
Todo el mundo tiene la libertad de escoger lo que quiere pensar y cómo desea conducir su vida, pero nosotros, los psicólogos, tenemos que advertir que ciertas ideas dogmáticas, infantiles, supersticiosas y exageradas provocan efectos perniciosos sobre el sistema emocional.
Terribilizar por terribilizar es muy común, más de lo que podríamos pensar. Sobre todo cuando esa doble terribilización hace referencia a estar ansioso o deprimido. Es decir, no nos gusta nada estar ansiosos o deprimidos y no nos permitimos estarlo.
Cuando caemos en los nervios o la tristeza excesiva nos castigamos a nosotros mismos porque se supone que debemos estar bien. En realidad, tendríamos que comprender que somos humanos y que, de vez en cuando, durante el resto de nuestra vida, fallaremos.
En caso de tener una recaída o un mal día, es mejor aceptar la situación, no terribilizar por terribilizar, y limitar los daños retirándonos a dormir o dedicar la jornada a hacer algo más mecánico y útil.