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viernes, 12 de agosto de 2016

Ramiro Calle: Historias espirituales de la India (IV)

Seguimos con algunas de las historias seleccionadas por Ramiro Calle en sus "Historias espirituales de la India" (ed. Eyrás, 1984)


La paloma y la rosa

En un pequeño y hermoso templo de la India se coló una paloma. Todas las paredes estaban adornadas con espejos y en ellos se reflejaba la imagen de una rosa que había en el centro del templo, en el santuario.

La paloma, tomando las imágenes por la rosa, se abalanzó sobre una y otra, chocando tan violentamente contra las paredes qué terminó por reventarse y morir. Entonces su cuerpo, finalmente, cayó sobre la rosa.

El hombre, por ignorancia e ilusión, se comporta a menudo como la paloma. Toma por realidad lo que no lo es. Persigue frenéticamente los espejismos que le hacen decaer y morir espiritualmente. Busca fuera de sí, pero no en sí mismo, donde se halla la rosa del conocimiento. 

No seas como la paloma. Y sobre todo, no dejes la auténtica búsqueda por demasiado tiempo, porque, al igual que aquélla, puedes morir antes de hallar la rosa. 


El grano de mostaza

Una mujer corrió hacia el Buda. Se lamentó así:
—Señor, una serpiente venenosa ha picado a mi hijo y va a morir. Alguien me ha dicho que tú eras un hombre santo y podrías salvarlo. Te ruego, señor, que lo hagas.
El Buda dijo:
—Buena mujer, ve al pueblo más cercano y consigue un grano de mostaza negra. Tráemelo y yo lo curaré. Pero atiende: no debes tomarlo de casa en la haya habido alguna muerte.

La mujer fue de casa en casa. Nunca pudo reclamar el grano de mostraza, porque no halló casa en la que no hubiera habido alguna muerte.

—Señor —dijo al Buda a su regreso—. No he encontrado ni una sola casa en la que no hubiera habido muerte.
Y el Buda, con ternura infinita, dijo:
—¿Lo ves, mujer? Es inevitable. Anda, ve y entierra a tu hijo. 




Un mendigo en la corte

En la corte tuvo lugar un fastuoso banquete. Todo estaba dispuesto de tal manera que cada cual se sentaba a la mesa según su rango. No había llegado todavía el monarca cuando apareció un hombre muy pobremente vestido y que se sentó en el sitio de mayor importancia. Tan insólito comportamiento indignó al primer ministro quien le preguntó:
—¿Acaso eres un visir?
El hombre repuso:
—Mi rango es superior al de visir.
—¿Acaso eres un primer ministro?
—Mi rango es superior.
Desconcertado, el primer ministro preguntó:
—¿Acaso eres el mismo rey?
—Mi rango es superior.
Desesperado, el primer ministro preguntó:
—¿Acaso eres Dios?
—Mi rango es superior.
Y el primer ministro vociferó fuera de sí:
—¡Nada es superior a Dios!
El mendigo repuso apaciblemente:
—Ahora sí sabes mi identidad. Esa nada soy yo.

Cuando el hombre alcanza su máximo grado de realización, obtiene un estado de bendita serenidad que está vacuo en cuanto que trasciende el ego y toda identidad personal.


Cierra tus oídos

Eran un anciano y un niño que viajaban con un burro. Caminaban al lado del jumento cuando atravesaban un pueblo. Un grupo de niños se rió de ellos gritando:
—¡Mirad qué par de tontos! De manera que tienen un burro y van los dos andando. Por lo menos el viejo podría subirse a él.

Entonces el viejo se subió al burro y ambos siguieron la marcha. Al pasar otro pueblo, algunas personas se indignaron al ver al viejo sobre el burro y dijeron:
—Parece mentira. El viejo cómodamente sentado en el burro y el pobre niño caminando.

Viejo y niño intercambiaron sus puestos. Al llegar a la siguiente aldea, la gente comentó:
—¡Esto sí que es intolerable! El muchacho sentado en el burro y el pobre anciano caminando a su lado.
Puestas así las cosas, el viejo y el niño se subieron al burro. Poco después venían un grupo de campesinos por el camino. Les vieron y les dijeron:

—¡Es vergonzoso lo que hacéis! Vais a reventar al pobre animal.

El viejo y el niño tomaron la determinación de cargar al burro sobre sus hombros, pero entonces la gente se mofó de ellos diciéndoles:
—Nunca vimos gente tan boba. Tienen un burro y en lugar de montarlo lo llevan a cuestas.

De repente el burro se revolvió con fuerza y se desplomó a un barranco, hallando la muerte.
El viejo, sabiamente, instruyó al muchacho:

—Querido mío, si escuchas las opiniones de los demás y les haces caso, acabarás más muerto que este burro. ¿Sabes lo que te digo? Cierra tus oídos a la opinión ajena. Que lo que los demás dicen te sea indiferente. Escucha únicamente la voz de tu corazón.